Por Gonzalo Buenahora, Historiador.- Agencia de noticias Vieja Clío. Santafé de Bogotá, 1831. La semana antepasada algo pocas veces visto tuvo lugar. Los habitantes de la capital fueron testigos de un hecho que habla muy bien de la revolución (La Independencia) que se ha impuesto en nuestro medio y que permite pensar que cuando subsisten los valores, la esperanza es lo último que se pierde.

Condenado por el Alto Tribunal a la pena capital por participar en la conspiración (el 25 de septiembre de 1828 contra Bolívar) de todos conocida, un general de apellido Castelli (por causa del excesivo celo militar a esta agencia noticiosa le fue imposible establecer su nombre de pila), que en pocos momentos iba a ser entregado al pelotón de fusilamiento, ubicado en medio de la Plaza Mayor, se escabulló de sus custodios y corrió hacia el atrio de la catedral de cuyo aldabón se prendió, pues el templo se hallaba cerrado.

Los centinelas, sin tocar un pelo del condenado, se limitaron a rodearlo. Varias horas después, un religioso abrió la puerta y en medio de los aplausos y aclamaciones de la muchedumbre permitió que el militar penetrara en el hierático recinto.

El consagrado derecho de asilo en las iglesias, vigente desde la conquista y que salvó la vida de hombres de la calidad del recordado obispo Fray Agustín de la Coruña, se impuso una vez más: hasta que la pena de muerte no fue conmutada por la de destierro, el arzobispo no permitió que Castelli fuera entregado a las autoridades. De esta manera el valor de Patria quedó incólume.

Tal como una agraciada dama que estuvo presente en el lugar exclamó visiblemente aliviada: “¡Son los detalles que enamoran!”      

Comments powered by CComment