Nueva York,  5 de abril de 2018. Por Redacción Ecos/ONU. Foto: ONU/1964.-  El Secretario General de las Naciones Unidas se unió a los EE.UU. y al mundo para celebrar el legado del líder del movimiento de los derechos civiles, cuya vida fue truncada trágicamente hace 50 años.

“El Dr. King fue uno de los gigantes de la moral del Siglo XX. Dedicó su vida a la igualdad, la justicia y el cambio social pacífico. Décadas después de su muerte, continúa inspirando a todos aquellos que luchan alrededor del mundo por los derechos humanos y la dignidad humana frente a la opresión, la discriminación y la injusticia”, expresó contundentemente António Guterres, en un mensaje oficial.

El titular de la ONU aseguró que el trabajo del Líder Social y sus pronunciamientos en contra de la discriminación y en favor de la justicia social y las virtudes de la diversidad son más relevantes que nunca.

La ONU honra a Martin Luther King por su destacada contribución a la promoción y protección de las garantías fundamentales consagradas en la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros instrumentos de las Naciones Unidas, otorgándole póstumamente el Premio de la ONU en este campo en 1978.

“Al recordar la vida del Dr. King, construyamos sobre su legado”, expresó el Secretario General Guterres.

En su homenaje, ONU mostró uno de sus patrimonios fotográficos, una histórica fotografía de Martin Luther King y su esposa saludando a Ralph Bunche, durante una visita a la ONU en 1964.

Ecos se integra a la celebración del Liderazgo de King y de su legado como pacifista y líder fundamental en pos de los DD.HH. y las garantías civiles.

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador.- Agencia de Noticias Vieja Clío.  Mompós, 1847.-La agencia noticiosa Vieja Clío consigna con verdadera consternación que ayer, miércoles 14 de julio, bajo un sol canicular (39 grados a la sombra), a los 55 años de edad, falleció en la ciudad de Mompós Hermógenes Maza, connotado general de brigada del Ejército Libertador.

Dicen por ahí que Maza fue un papanatas jactancioso, agresivo y vulgar, cruel e inhumano, un ebrio perenne de alcohol y de sangre, para quien lo único importante eran la venganza, la represalia y la retaliación.  Un presuntuoso de la peor ralea. Pero también se piensa que es a hombres como él, a quien la Patria debe su liberación.

Bravo y valeroso en cuanto combate participó, en repuesta al terror con el que los españoles intentaban desbaratar el movimiento independentista, Hermógenes Maza reaccionó con un ímpetu tal, que se vieron obligados a escribir del guerrero con relación a sus campañas militares en el norte de Colombia y el occidente de Venezuela: "Nunca con menos se hizo más en tan vasto espacio ni en tan breve tiempo."  A pesar de provenir de una de las familias más sensibles y piadosas de Santa Fe de Bogotá (el hogar formado por don Felipe de la Maza, de origen español, y doña Rosalía Lobo Guerrero) Maza, el militar, el “discípulo predilecto de la guerra a muerte”, pasó a la historia con los temibles epítetos de: “ángel exterminador”, “vengador de los mártires granadinos del Terror”, “león de las serranías venezolanas”, etc.

El año de 1814 fue para realistas  y patriotas un año infausto. La barbarie y el salvajismo se convirtieron en los verdaderos protagonistas. Por el lado de los realistas, José Tomás Boves demostró no tener misericordia alguna, y por el de los republicanos Hermógenes Maza logró convertirse en su espanto. Entonces los ríos se tornaron rojizos y la piel en una endeble coraza fácilmente hendida por la espada, el hacha y el plomo. La tierra se convirtió en el tinglado de la muerte. Monarquistas y republicanos marcharon al ritmo vertiginoso de sus caudillos bajo el imperio de una sola idea: el mutuo exterminio.

Maza, por su parte, aceptó el reto. Otrora un estudiante pleno de mansedumbre y acatamiento, hoy llanamente un hombre bizarro. Si sus enemigos querían intimidarlo con la peor de las crueldades, él también sabía usar artimañas. Sus golpes se caracterizaron por una brutalidad “calculada”: ejecuciones masivas innecesarias, alevosía y sevicia sin límites, fusilamientos inmotivados y brutales torturas sin ningún reato de conciencia. La sed de venganza no tuvo ni límite ni apaciguamiento.

En 1819, cerca de la locación de Gamarra, Maza, tras una macabra degollina al vencer en Tenerife, tenía órdenes de evitar por completo los derramamientos de sangre. Entonces el hombre embutió en zurrones de cuero a 30 prisioneros y los tiró vivos al Magdalena. Después, cínicamente  informó al Libertador: “Cumplidas sus órdenes. Con los últimos prisioneros no se derramó una sola gota de sangre.” El hecho es que de sabana en sabana, de desfiladero en desfiladero, de vereda en vereda, de pueblo en pueblo, Boves y Maza sembraron la consternación y el terror.

Tan sobresalientes fueron los servicios de Maza en el campo de batalla, que el Libertador lo nombró en la noche del 23 de abril de1814 gobernador militar de Caracas. Pero ese mismo año, en una movilización hacia el oriente Maza fue puesto prisionero, llevado a Caracas y condenado a muerte. Mientras esperaba su ejecución, víctima de los más crueles martirios y vejaciones (dicen que fue allí donde se convirtió en un monstruo), Maza logró convencer a su verdugo, José Luis Moreno, y escapó.

En 1819, con ocasión del triunfo en el puente de Boyacá, se reincorporó al ejército patriota y fue asignado a la liberación del río Magdalena. Una vez conquistada la costa norte de Colombia (Panamá, Cartagena y Santa Marta), se movilizó al sur y participó con Antonio José de Sucre en la batalla de Pichincha en mayo, y en el sometimiento de Pasto entre octubre y diciembre de 1822 que fue muy despiadado y sangriento. Hasta el momento Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela quedaban definitivamente liberados. En 1826 Hermógenes Maza fue licenciado del ejercito y se retiró a Mompós.

Pero fue en otro plano y en otras circunstancias donde el general Maza adquirió su fama de gandul, haragán y atorrante: el universo de las relaciones sociales, especialmente en el plano de las mujeres. Por ejemplo, se divertían en un balneario cerca de Quito los oficiales del Ejército Libertador. Maza chapoteaba en la alberca, rodeado como estaba de hermosas y delicadas mujeres. De pronto nuestro héroe se dirigió con ojos angustiados a Bolívar, dándole a entender que había perdido el chingue. Este corrió apresurado al “vestier” y consiguió un pañolón. Acto seguido se lo lanzó a Maza. Y Maza, frondio y lirondo salió del agua con la humanidad pudenda a cuatro vientos, cubriéndose los ojos con el trapo.

Alguna otra vez, en Pasto, celebrando la espantosa degollina de Guaranda, Maza danzaba con una primorosa damisela. De pronto, el militar, extasiado con las manos de la joven, exclamó:

 

- ¡Qué blancas tiene Ud. las manos, señorita!

 

A lo que la dama replicó:

 

- Se lo debo a mi madre, quien me puso guantes desde muy pequeña.

 

Y Maza repuso:

 

- Pero esa no es una medida infalible, pues mi madre me puso desde niño calzoncillos, y no todas las partes de mi cuerpo son blancas, como puede Ud. suponer.

 

No sobra decir que el episodio puso fin al baile.

 

En otra ocasión, Simón Bolívar paseaba por Quito en su caballo, acompañado de algunos oficiales. Maza se le acercó borracho y le dijo:

- Paisano, véndame el mocho.

 

Bolívar se retiró disgustado, habiéndole prevenido sin fingida severidad:

- General, el día que lo vea en otra borrachera, ¡lo fusilo!

 

Días después Maza fue llamado a presentarse ante el Libertador para informarse de los objetivos de una delicada misión a Latacunga. Como siempre, iba achispado. Ya en presencia de Bolívar, Maza se cuadró cual soldado raso, y con la mano sobre el escudo de su tricornio galoneado, expresó a su jefe:

 

-Mi general, no es otra borrachera, es la misma.

 

Indudablemente, el Libertador hubo de olvidar su amenaza.

El miércoles 14 de julio Hermógenes Maza, sobresaliente general de brigada del Ejército Libertador, alcoholizado, pobre, solitario y olvidado expiró, pero antes de hacerlo enfatizó ante los pocos que lo acompañaban:

 

- ¡Ahí les dejo su mundo de mierda!

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador.Agencia de Noticias Vieja Clío.  Santafé de Bogotá, 1830.- El pasado 8 de mayo, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, conocido por sus amigos como “El Libertador” y por sus enemigos como “Longanizo”, partió de Bogotá acompañado de un grupo de amigos y con solamente 17 mil pesos producto de la venta de su vajilla de plata, sus alhajas y sus caballos. Como es ampliamente conocido, el mes pasado fue publicada en la prensa la resolución del Congreso venezolano de romper relaciones con Colombia mientras el Libertador permaneciera en suelo colombiano. Como es obvio, el agravio devoró la salud del caudillo quien, después de penosos sufrimientos, falleció en la Quinta de San Pedro Alejandrino el 17 de diciembre a la una y tres minutos de la tarde. Tenía 47 años de edad y, de acuerdo con su médico, tuberculosis pulmonar acompañada de ansiedad, depresión e hipocondría.

Los despojos mortales del Libertador recibieron cristiana sepultura en el altar mayor de la Catedral Basílica de Santa Marta, y en ese sagrado recinto morarán hasta diciembre de 1842, cuando serán trasladados a su país de origen Venezuela, cumpliéndose así el mandato de su testamento.

Los restos serán inhumados en la cripta de la Santísima Trinidad de la Catedral de Caracas, santuario de mucha advocación de la familia Bolívar, que guarda las cenizas de sus antepasados. Allí permanecerán hasta su definitivo traslado al Panteón Nacional, hecho que tendrá lugar el día 28 de octubre del año del Señor de 1876.

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador.-La agencia de noticias Vieja Clío se permite informar a sus distinguidos abonados que la semana pasada, precisamente el día 3 de noviembre, martes absolutamente infausto, el estado soberano de Panamá, uno de los más ricos y diversos de la República (75.517 km², dos océanos), bajo la égida de su clase comerciante y algunos militares (José Agustín Arango, Manuel Amador Guerrero, Carlos Constantino Arosemena, Nicanor de Obarrio, Ricardo Arias, Federico Boyd, Esteban Huertas, Tomás Arias y Manuel Espinoza) y el apoyo incondicional de la marina de guerra de los Estados Unidos, declaró su separación definitiva de Colombia.

El presidente de la República, nuestro perspicaz, tierno y susceptible don José Manuel Marroquín, comunicó el asunto al país como sin creerlo, anonadado todo él y visiblemente devastado por el grave y perturbador incidente.

Como es conocido, José Manuel Marroquín Ricaurte empezó a ligar y rimar palabras desde que era chiquito y, a pesar de pertenecer a una de las familias más linajudas de la capital, la mayor parte de lo que escribió lo firmó con el insólito pseudónimo de Gonzalo González de la Gonzalera. A los 21 años publicó un tratado de ortografía castellana que le mereció lisonjeras enalteces de los expertos de la época, siendo  en verdad muy meritorio ya que hay gente que a los 70 todavía no sabe o no quiere reconocer que burro se escribe con B o zapato con Z.

Hay veces cuando los versos de Marroquín, que serán incluidos en el currículo escolar de aquí en adelante y aprendidos por todos de memoria (así como los de Caro, Núñez y Pombo), parecen evocar los trágicos sucesos de noviembre de 1903:Es flaca sobremanera/toda humana previsión/pues en más de una ocasión/sale lo que no se espera”.

Claro que lo de Panamá se esperaba. La independencia de Panamá de España como tal fue un movimiento ajeno a la actividad político militar de Simón Bolívar, y la unión a la Gran Colombia fue una decisión tomada por los propios istmeños en 1821, determinación que, con excepción del Congreso Anfictiónico de 1826,  celebrado en sus dominios, y las avanzadas ideas allí planteadas por el Libertador, estuvo signada por las circunstancias más adversas: intolerancia política entre las facciones de los partidos Liberal y Conservador colombianos, constantes enfrentamientos armados y guerras civiles locales y generales; guerras internacionales; agudos enfrentamientos sociales y étnicos; decisiones políticas desatinadas determinadas por el obtuso centralismo y, para rematar, unas persistentes condiciones geográficas y económicas desfavorables que no exteriorizaban salida alguna.

Así las cosas, la opinión pública internacional, acicateada por el presidente Teodoro Roosevelt, llegó a pensar que Los Estados Unidos de Colombia no tenían la capacidad moral y material suficientes para sostener un territorio que contendría nada menos que un canal excavado por el hombre que uniría el océano Atlántico con el océano Pacifico.

Luego de diez y siete intentos de separación y cuatro disgregaciones declaradas, se puede afirmar que Panamá siempre fue de Panamá, o de los norteamericanos si se quiere (hasta el día cuando lo devuelvan, que seguramente será) pero factores como el fracaso de la construcción del canal interoceánico por parte del francés Ferdinando de Lesseps, la Guerra de los Mil Días trasladada por entero a territorio panameño, el alevoso fusilamiento (el 15 de mayo en los paredones de Chiriquí por orden del general conservador Pedro Sicard) del caudillo liberal, el indio lacandón Victoriano Lorenzo, y el rechazo del senado colombiano (actitud un tanto jactanciosa) al tratado Herrán-Hay para la construcción del canal interoceánico por parte de los Estados Unidos, apresuraron el proceso.

Pero no es verdad que el presidente Marroquín, uno de los más gramáticos de los presidentes colombianos, estuviera tomando chocolate con almojábanas y degustando postre de natas en el momento de la separación de Panamá, y que el gobierno colombiano no hubiera hecho nada al respecto. ¡No! Los insistentes rumores sobre un movimiento secesionista en Panamá hicieron que Colombia movilizara al Batallón Tiradores desde Barranquilla, con instrucciones de reemplazar al Gobernador José Domingo de Obaldía y al General Esteban Huertas, Comandante Militar, quienes ya no gozaban de confianza por parte del gobierno de Bogotá.

En consecuencia, la mañana del 3 de noviembre de 1903 desembarcó en la ciudad de Colón el escuadrón colombiano al mando de los generales Juan Tovar y Ramón Amaya. El contingente armado, que debía ser transportado a ciudad de Panamá, fue neutralizado por parte de las autoridades del ferrocarril que actuaron en complicidad con el movimiento separatista, alegando problemas insalvables en la vía. Sin embargo, y no sabemos por qué, los generales y altos oficiales del ejército de Colombia accedieron a transportarse al otro lado del istmo sin sus tropas. Lógicamente, una vez llegados a ciudad de Panamá, Tovar, Amaya y el resto de los oficiales fueron arrestados. La flota naval anclada en la bahía de Panamá se rindió sin oponer resistencia y el Batallón Tiradores fue obligado a abandonar el Istmo.

En una actitud como de marido arrepentido, valga la expresión, hubo y habrá otros intentos por parte del gobierno colombiano orientado por Marroquín de revertir el nefasto acontecimiento: reuniones de alto nivel entre las partes, la promesa de aprobación del tratado que había sido rechazado y, cuesta creerlo, el traslado de la capital de Colombia a Panamá, así como un fracasado intento de invasión militar a través de las selvas del Darién. Inclusive se invocó el tratado Mallarino-Bidlack, del 12 de diciembre de 1846, que exigía que, en caso de fractura de la soberanía colombiana en el Istmo –por parte de naciones extranjeras o de “indios salvajes”-, los Estados Unidos estaban obligados a someter militarmente al pueblo panameño a fin de restablecer el estatus quo.

No hubo caso. El pueblo panameño había ejercido su derecho a la autodeterminación y no se podía echar atrás la rueda de la Historia. Pero la agencia Vieja Clío quiere dejar en claro y reiterar que el presidente Marroquín ese martes 3 de noviembre de 1903 no bebía chocolate con pan de yuca, ni paladeaba dulce de brevas. Según el general Pedro Nel Ospina, que fue desterrado de Colombia por el mismo autor de La Perrilla y El Moro que ejercía en ese momento el poder, y que extraordinariamente pudo ser entrevistado (Ospina) por uno de nuestros mejores corresponsales, expresó:

“En las horas de la tarde de aquel día (el 3 de noviembre) ocurrí al Palacio de San Carlos. Primeramente me llamó la atención la soledad de la casa. Avancé por los salones desiertos. En una habitación retirada se hallaba el señor Marroquín entregado a la lectura. Cuando notó que alguien llegaba, se dirigió a mi encuentro, con el índice de la mano izquierda entre las páginas del libro para marcar el sitio por donde llevaba la lectura, sombreando con la diestra los cristales de los anteojos. Al reconocerme, exclamó:

- ¡Oh! Pedro Nel, no hay mal que por bien no venga. Se nos ha separado Panamá, pero tengo el gusto de volverlo a ver en esta casa.

Sentí curiosidad por saber qué libro embargaba la atención del presidente de Colombia en aquella hora de angustia mortal. Era una novela de Bourget."

Entonces no es mera coincidencia que en su célebre poema Marroquín hubiese escrito:

“Empero, sintiendo luego

Que por ahí andaba gente,

Tuvo por cosa prudente 

Tomar las de Villadiego.”

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Por Gonzalo Buenahora, Historiador.- Agencia de noticias Vieja Clío. Santafé de Bogotá, 1831. La semana antepasada algo pocas veces visto tuvo lugar. Los habitantes de la capital fueron testigos de un hecho que habla muy bien de la revolución (La Independencia) que se ha impuesto en nuestro medio y que permite pensar que cuando subsisten los valores, la esperanza es lo último que se pierde.

Condenado por el Alto Tribunal a la pena capital por participar en la conspiración (el 25 de septiembre de 1828 contra Bolívar) de todos conocida, un general de apellido Castelli (por causa del excesivo celo militar a esta agencia noticiosa le fue imposible establecer su nombre de pila), que en pocos momentos iba a ser entregado al pelotón de fusilamiento, ubicado en medio de la Plaza Mayor, se escabulló de sus custodios y corrió hacia el atrio de la catedral de cuyo aldabón se prendió, pues el templo se hallaba cerrado.

Los centinelas, sin tocar un pelo del condenado, se limitaron a rodearlo. Varias horas después, un religioso abrió la puerta y en medio de los aplausos y aclamaciones de la muchedumbre permitió que el militar penetrara en el hierático recinto.

El consagrado derecho de asilo en las iglesias, vigente desde la conquista y que salvó la vida de hombres de la calidad del recordado obispo Fray Agustín de la Coruña, se impuso una vez más: hasta que la pena de muerte no fue conmutada por la de destierro, el arzobispo no permitió que Castelli fuera entregado a las autoridades. De esta manera el valor de Patria quedó incólume.

Tal como una agraciada dama que estuvo presente en el lugar exclamó visiblemente aliviada: “¡Son los detalles que enamoran!”      

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador.-Agencia de Noticias Vieja Clío. Santafé de Bogotá, 1822. Ayer, 13 de mayo, el general Francisco de Paula Santander, preocupado por el prestigio de la Iglesia Católica y congruente con su “lucha contra los impíos”, expidió un decreto que pone fuera de circulación los libros del italiano Pietro Aretino: “La vida privada de los Doce Césares” y “Los Placeres de Julia”, obras francamente escandalosas.

También se conoció en este medio informativo que el futuro “Hombre de las Leyes” estudia la posibilidad de incluir en su particular “índice republicano” las obras del francés Carlos Francisco Dupuis: “La Filosofía de Venus”, La Teología portátil”, “El Cristianismo desenmascarado” y el “Origen de los Cultos” por considerar tales escritos libertinos, obscenos y contrarios a nuestras buenas costumbres y a la Santa Fe Católica.

Pero es de subrayar que el régimen republicano del momento no incluye dentro de sus prohibiciones los escritos abiertamente anticatólicos de Jeremías Bentham y François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire.

¿Quién lo comprende?  Una explicación plausible la proporcionó un transeúnte anónimo a quien de manera fortuita logramos inquirir al respecto: “Es que para este gobierno Bentham y Voltaire son herejes respetables.”

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador.- Agencia de Noticias Vieja Clio. Bogotá, 1949.-El pasado 9 de septiembre, el país despertó estupefacto. El día anterior “…el accionar de decenas de armas de fuego reemplazó por varios minutos al debate civilizado entre los partidos.”

 

Se discutía en la Cámara de Representantes el proyecto No. 85 presentado por el partido liberal que pretendía reformar la Ley 89 de 1948, intentando adelantar las elecciones e impedir el proceso de re cedulación en que está empeñado el gobierno conservador del doctor Mariano Ospina Pérez.

 

En medio de una algarabía y un abucheo inusitados, el proyecto fue aprobado a pupitrazos. Entonces vino la debacle: tomó la palabra el representante conservador de Boyacá Carlos del Castillo quien con verbo encendido se dedicó a injuriar a los liberales. Los ultrajes fueron respondidos con violencia por los opositores y de improviso sonaron los disparos.

 

El resultado fue el asesinato de Gustavo Jiménez Jiménez, presidente del directorio liberal de Boyacá y vocero del electorado de Casanare y Arauca. En el hecho luctuoso resultaron heridos de gravedad los representantes Jorge Soto del Corral (liberal), quien morirá un tanto después como resultado de las heridas, y los conservadores Ricardo Silva y Amadeo Rodríguez.

 

Tal y como expresó un testigo presencial: “Lo que ha sido un orgullo auténtico de la democracia colombiana, palenque de honor de la inteligencia y el carácter de nuestros dirigentes, se ha convertido en vil establo donde energúmenos rencorosos imponen su razón bruta en una genuina jerga de arriería. Jamás había asistido el país a un espectáculo de mayor degradación y vergüenza.” 

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Por Gonzalo Buenahora Durán. Agencia de Noticias Vieja Clio. Bogotá, 1944.- La agencia de noticias Vieja Clío se permite informar que en la deplorable madrugada del día 10 de julio, el doctor Alfonso López Pumarejo, tal vez el mejor Presidente de Colombia en la historia, quien se encontraba en Pasto con el fin de presenciar unas maniobras militares, fue puesto prisionero por un grupo de soldados comandados por el capitán José Gregorio Quintero y el coronel Diógenes Gil, integrantes de la VII Brigada del ejército.Felizmente la insurrección fracasó y López, después de regresar a Bogotá vía Popayán, ha retomado el mando de la nación. Fueron tres días en los que el país no alcanzó ni siquiera a informarse. Los insurrectos, dispersos en las ciudades de Pasto, Bucaramanga (donde el gobernador Alejandro Galvis Galvis tuvo un comportamiento ejemplar) e Ibagué, fueron detenidos y trasladados a diferentes unidades militares de Bogotá donde de inmediato fueron sometidos a corte marcial.Así, como expresó un conocido periodista, “concluye su carrera el negocio de la conspiración; concluye su carrera el negocio de la difamación y concluye su carrera la acción intrépida como empresa industrial.” El intento de golpe militar es la apostilla a una extensa melodía de “terror”, orquestada desde las páginas de “El Siglo” de Laureano Gómez Castro, que incluye lemas detonantes como “el atentado personal” y “la república invivible”, el hallazgo de bombas ocultas en diferentes dependencias del Estado y el atentado contra el juez que halló culpable al dirigente conservador mencionado del delito de calumnia, hecho en el cual, el propio terrorista, el hermano cristiano Adolfo Guisa Mateus, encontró la muerte.

Acontecimientos que introdujeron el nerviosismo generalizado, pero no hasta el punto de que pudiéramos pensar que en Colombia, paraíso de la democracia, se llegara a tanto. Por su parte, Enrique Santos, Calibán, en su “Danza de la Horas” de El Tiempo, ha escrito: “El cuartelazo es la explosión retardada de la bomba nazi. Es la última tentativa de establecer en este país libre la dictadura totalitaria. Es el esfuerzo que los súbditos de Hitler hacen para ganar la guerra en América, cuando están perdiendo en Europa. ¡No lograrán su objetivo!”

El hecho es que la normalidad se restablece rápidamente. Laureano Gómez se ha asilado en el Ecuador, los dirigentes conservadores Emilio Robledo Uribe y Alfredo Vásquez Carrizosa han condenado enérgicamente el golpe, y el comandante de la Brigada de Institutos Militares ha convocado a los correspondientes juicios verbales de guerra para todos los conspiradores, y las primeras sentencias ya son de dominio público:

Capitán José Gregorio Quintero - 23 años de prisión.

Coronel Diógenes Gil – 10 años.

Teniente Coronel Luis Manuel Agudelo – 8 años.

Mayor José Figueroa López – 7 años.

Coronel Gonzalo Fajardo – 6 años.

Teniente Pablo Clavijo – 6 años.

Teniente Oswaldo Angueira – 4 años.

Capitán Jorge Angulo – 3 años.

Capitán Carlos García – 2 años.

Teniente Guillermo Cleves – 2 años.

Para mediados de agosto los diarios y los noticieros radiales no hablan ya del acaecimiento y los asuntos corrientes internos y los grandes problemas externos recobran su “prestigio” de primera página: el presidente del Directorio Liberal de Cundinamarca, Dr. Julio César Turbay Ayala, ha convocado una convención departamental en el teatro Colón y ha elegido un nuevo Directorio. Otro tanto ha sucedido en las diferentes regiones del país; en Guatemala, un triunvirato militar ha reemplazado al dictador Jorge Ubico; en Mangua, la oposición al dictador Somoza ha derivado en disturbios con alto número de muertos; en Argentina, el Presidente Edelmiro Farrel, ha nombrado como Vicepresidente a su Ministro de Guerra, el coronel Juan Domingo Perón; en Europa, los británicos todavía sufren los bombardeos alemanes, pero sus ejércitos, en unión de australianos y neozelandeses, ya están luchando en Francia; Montgomery y Rommel están enfrascados en la batalla de Caen; fuerzas aliadas han ocupado La Haya; en Italia, los norteamericanos avanzan con éxito sobre Florencia; en el lejano oriente, fuerzas chinas hacen retroceder a los japoneses; en el frente ruso, el ejército rojo ha penetrado en Minsk y prepara su ofensiva contra Varsovia; en España, la rigurosa dictadura de Franco se olvida en los ruedos en donde una nueva figura, el obsesionante Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, el “Monstruo de Córdoba”, que cobra 100.000 pesetas por corrida, hace decir a los críticos madrileños que estamos ante el mejor torero de la historia. Y además hay buen cine: El Rebelde, en el Real, con Jorge Negrete y María Elena Márquez; en el Faenza, Crimen y Castigo con Peter Lorre y Mariah Marsh; Lo que el viento se llevó, en el San Jorge; Un suspiro y una lágrima, en el Apolo, y se anuncia en el Lux el estreno de una película colombiana con Pompilio Ceballos, “El Tocayo”, Hernando Vega y Sofía Hernández. Su título: Golpe de Gracia. Además de las innumerables crónicas sobre el nuevo baile que hace furor: el Boggie Woogie.

Como la agencia de noticias Vieja Clío la única obligación que tiene es la de comunicar y tratar por todos los medios posibles de ser imparcial, se permite expresar que en su incansable búsqueda tuvo acceso a información clasificada y conoció algo por demás curioso. El coronel Diógenes Gil, uno de los jefes de la insurrección contra López, en su momento fue llevado a la Escuela de artillería y fue al brigadier general, Armando Vanegas Maldonado, a quien le figuró interrogarlo en primera instancia. El brigadier Vanegas preguntó:

- Mi coronel, ¿por qué piensa Ud. que el golpe fracasó?

Y el personaje contestó:

- Mi teniente, esa es una pregunta de alto calibre para que un simple coronel la pueda contestar. Pero voy a responder brevemente su inquietud. El golpe fracasó por falta de un planeamiento bien ejecutado, por falta de cumplimiento de algunas unidades militares comprometidas previamente y, lo que es más importante, por falta de ¡verraquera!

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Por Gonzalo Buenahora. Historiador. Agencia de Noticias Vieja Clío. Popayán, 1824.- Ayer, 15 de febrero, el señor don Joaquín Mosquera, hermano de Tomás Cipriano, edecán del Libertador Simón Bolívar, visitó la sede de nuestra redacción con el fin de hablarnos acerca de la importante misión diplomática que lo llevó por varios meses a tierras del Perú. Nos dijo que había encontrado a Bolívar en la población peruana de Pativilca en unas condiciones tan precarias que era difícil pensar que la liberación de los territorios centrales del Imperio Español estuviera cercana.

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Por Gonzalo Buenahora Durán. Doctor en Historia.- Agencia de Noticias Vieja Clio, Bogotá, 1920.- El dictador venezolano Juan Vicente Gómez, conocido por sus enemigos como “el bagre”, es de lo inverosímil que hay. Hacendado de racamandaca y avezado militar nacido en La Mulera cerca de Jáuregui en La Grita, no solamente ha metido “a la fuerza” a Venezuela en la modernidad (primera aerolínea, primeros aeropuertos, una enorme plaza bolivariana de estilo parisino en su pueblo natal, etc.),  sino que con la riqueza petrolera ha saldado la deuda externa del país. Se trata de una significativa discrepancia: los vecinos, a diferencia de nosotros, no nacerán con una negativa y onerosa cuenta en dólares adherida a sus cunas.

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