Por Edward Rodríguez.-La historia de Colombia ha demostrado que en los momentos más aciagos, allí cuando la patria atraviesa sus horas difíciles, surgen ciudadanos cuyo patriotismo ilumina el alma de la nación e impulsa a los colombianos a conquistar su destino.

En muchas de esas horas, esta luz ha venido de reconocidos periodistas quienes no han empeñado su pluma ante los poderosos, ni acallado su voz ante el terror y la barbarie. Incluso muchos han pagado su devoción a la verdad y al país con su propia vida, convirtiéndose en mártires de la República.

Sin embargo, uno se siente sorprendido cuando acontecen casos lamentables como el de algunos columnistas o editorialistas que durante años son receptores de la credibilidad pública y terminan botando por la borda toda su trayectoria al aceptar vender su credibilidad al mejor postor. Como si se tratase del vil intercambio de un bien fungible cualquiera.

Cuando esto sucede la opinión pública se ofende, máxime tratándose de un gobierno que paga millonarias sumas para hacerse con el favor de algunos de nuestros más “distinguidos” adalides de la libertad de prensa.

Y es que resulta bochornoso lo que sucedió hace apenas unas semanas con la columnista Natalia Springer, quien tras construir durante largos años su prestigio profesional terminó en el mismo nivel de aquellos que venden el alma al diablo por un jugoso contrato en favor de una supuesta paz de la que tanto predicó, como si la paz fuera un bien que se compra y que se vende  con los dineros de un Estado. ¡Vaya ejemplo sobre el tipo de paz que este gobierno está construyendo!

No sabrán ya sus oyentes y lectores si la opinión expresada por la columnista era realmente suya o de quienes la dotaban de multimillonarios contratos. Pues desde los micrófonos se lanzaban dardos  y con vehemencia se defendían posiciones pero por debajo de la mesa se recibían cuantiosas sumas de dineros de los contribuyentes; lo que nos lleva a pensar que la finalidad de algunos de estos columnistas y editorialistas de hoy es la de gozar de un prestigio para así llegar a hacerse rico y no el de perseguir el ideal de elevarse en la esfera espiritual de los grandes prohombres como el maestro de periodistas Guillermo Cano u el periodista de la Patria Orlando Sierra, por nombrar apenas unos pocos.

Colombia ha sido cuna de grandes periodistas quienes pagaron su devoción a la verdad con su misma sangre, por eso me rehúso  a pensar que el rey dinero hoy valga más que el deber de realizar con honor y decisión una de las labores más sagradas para una democracia.

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