Jairo Gómez

Cubriendo los diálogos de paz, en una de tantas conversaciones que sostuve con el entonces guerrillero-negociador, Pablo Catatumbo, en La Habana, le dije: “No espere que la gente los reciba con bombos y platillos, cuando lleguen a hacer política”.

Y así fue. Se encontraron con un ambiente hostil, por supuesto, atizado por la campaña adversa del Centro Democrático, enemigo declarado del acuerdo, y también, por qué no decirlo, producto del pánico que durante décadas las Farc le provocó a la población en general con su arma mortal, el secuestro.

Pero un año después la criatura llamada Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común -Farc- comienza a tomar forma pese a las dificultades y la inclemente arremetida contra lo negociado por parte del fiscal general de la Nación que, a toda costa, busca atravesarle un palo a lo poco del contrato que hoy funciona, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Creo que, a diferencia de unos pocos, la llegada del partido de la flor es un buen suceso para la democracia política y una presión para que fuerzas como el ELN entiendan que la salida es negociada y que el escenario es la vía democrática.

Los miembros de Farc y su dirigencia nacional, incluidos senadores y representantes, saben que comenzaron a hacer política remando contra la corriente (50.000 votos en marzo) y que el fúsil, su arma de disuasión política, tuvieron que reemplazarlo por el argumento y la palabra. Como dicen algunos teóricos; “la política odia el vacío: si no se ha llenado de esperanza, habrá quien lo llene de miedo”, y ese es el reto que deben asumir quienes hicieron la dejación de las armas.

Son evidentes las divisiones internas, cosa lógica en un partido en construcción; sin embargo los temores afectan a buena parte de la base que también le apostó a la paz y a implicarse en la vida cotidiana con proyectos productivos y orientación política; en los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) reina la incertidumbre y la sensación de abandono por parte de la dirigencia con su militancia pone en grave riesgo el proceso de reincorporación, como bien lo dijo el delegado de la ONU en Colombia.

No pueden poner bajo sospecha, líderes como Iván Márquez, jefe negociador en Cuba, un proyecto que apenas comienza y al cual le apostaron para consolidar la paz política en el país. Más allá de los argumentos esgrimidos por Márquez para abandonar el ETCR es necesario que aparezca y le ponga la cara al país y a la JEP, y si tiene que denunciar algún tipo de persecución que lo haga por los canales que la democracia le entregó una vez dejó las armas; fuimos muchos los colombianos que le apostamos a la paz y no nos puede defraudar. Sus compañeros de lucha decidieron cumplir, Iván Márquez también lo debe hacer. Ese ambiguo mensaje desorienta a las bases y las lleva al terreno de la desesperanza.

Desde el lado del gobierno, es indispensable que el presidente Duque se ponga al frente del cumplimiento e implementación de lo pactado; echar por la borda el acuerdo y la llegada de Farc a la vida política, social y económica es una decisión de altísimo riesgo para la seguridad nacional porque una realidad distinta -la gente tomando el camino hacia la disidencia- puede desembocar en una violencia insospechada y mediada por fuerzas sin organización e interlocutor válido. Dirigencia de Farc y gobierno no pueden jugar con candela, debe brillar la sensatez.

Bogotá, D. C, 17 de septiembre de 2018.

*Periodista 

@jairotevi

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