Jairo Gómez

Por Jairo Gómez*.- La pregunta que salta a la vista de los colombianos hoy es ¿qué justificó la realización de un Foro Internacional Contra el Terrorismo con más de una veintena de países invitados en medio de esta masacre de líderes, lideresas sociales e indígenas, amenazas e interceptaciones ilegales contra políticos de la oposición, periodistas y jueces de la República?

Sentar, cual burócratas, a más de 25 delegaciones internacionales para discutir un tema de grueso calibre como la batalla contra el terrorismo en medio de esta vorágine de sangre es impresentable si se pretende decir que la lucha de Colombia contra ese flagelo es auténtica. No se puede vender esa idea cuando, por un lado, se recibe un político extranjero que acudió a un grupo terrorista como los Rastrojos para poder ingresar ilegalmente al país y, por el otro, el llamado terrorismo de Estado, que denuncian organizaciones de Derechos Humanos, no ha desaparecido y, al contrario, se practica obedeciendo a una doctrina militar de vieja data, ya en desuso. 

Es una bofetada a cada colombiano pretender discutir una agenda de esta naturaleza que, como decía, amenaza a buena parte del planeta y no tener una respuesta a los más de 20 asesinatos de líderes, lideresas sociales e indígenas, incluidas dos masacres, en estos primeros 20 días del año 2020; por ello, en este contexto de foros internacionales la tesis del terrorismo de Estado cobra vigencia, como acertadamente lo recordó el Senador Iván Cepeda: “Pregunta pertinente: ¿los participantes en la cumbre internacional contra el terrorismo que tiene lugar en Bogotá, debatirán también sobre el terrorismo de Estado que se practica en países como Colombia? ¿O ese tema está excluido de la agenda?”.

Ejemplos cunden en la realidad nacional que debieron llamar la atención de los foristas. Cómo es posible que se denuncie que agentes del Estado -uniformados- estuvieron averiguando en el bajo mundo la contratación de sicarios para asesinar a un periodista y la sociedad colombiana y la comunidad internacional  no se estremezcan ante semejante temeridad; Más allá de ese desafío, otra pregunta que surge es cómo Colombia, un país que pregona a los cuatro vientos los postulados de la democracia occidental sobre el respeto a la libertad de expresión y sus instituciones, lo consiente. Temas pertinentes para una cumbre antiterrorista que buscaba precisamente delinear políticas para que estas prácticas sean erradicadas.

Si por algo se caracterizan las potencias occidentales y en particular Estados Unidos, representado en el foro por su Secretario de estado Mike Pompeo, es por su fervoroso respaldo a la libertad de expresión y a la prensa libre. Washington, por ejemplo, desde su trinchera tutora del respeto a los Derechos Humanos, como ocurrió en otras ocasiones, ha condicionado cooperación y convenios a cambio de que se ponderen estos derechos; cómo, y cito otro ejemplo, la Comunidad Europea permite que una democracia (gobierno de Colombia) espíe la oposición política, a los jueces y le intervenga las comunicaciones a los periodistas a través de sus cuerpos de seguridad, en este caso el Ejército, sin que haya por lo menos una manifestación expresa de rechazo a estas prácticas como justificadamente lo hicieron contra el régimen de Maduro en Venezuela. Ese silencio de los adalides de la democracia occidental frente al caso colombiano desconcierta.

Ese fue el paradójico escenario en que se desarrolló esta cumbre; cumbre en la que a Duque, para seguir con las paradojas, le preocupó más la presencia de células de Hezbollah en Venezuela que el asesinato de un líder, lideresa social o indígena con la subyacente historia de que fueron sacados de sus moradas o resguardos, torturados y después inmolados. Es decir, el presidente tiene registro de “la organización terrorista islámica” en el vecino país, pero en Colombia no tiene ni idea quién o quiénes están detrás de esta masacre.

Mientras instalaba el Foro de marras cerca de cuatro mil campesinos habitantes de la ribera del río Atrato tuvieron que abandonar sus parcelas tras amenazas de un grupo paramilitar (¿las Águilas Negras?) que actúan en connivencia con agentes del Estado, como lo denunció el Líder comunitario Leyner Palacios. ¿Habrá sido ésta penosa realidad motivo de discusión en la Cumbre hemisférica contra el terrorismo? Lo dudo.

Bogotá, D. C, 22 de enero de 2020

*Periodista y Analista Político.

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