Bogotá, 17 de septiembre de 2017. Por Luis Fernando García Forero. Foto: Colprensa.-Ninguna persona en Colombia y a nivel mundial, puede negar que los partidos políticos como instituciones sociales están en crisis. Es casi cotidiano, en la escena política, observar la crisis de Liderazgo, el agotamiento de las propuestas gubernamentales y los graves delitos de corrupción, peculado y tráfico de influencias. Como otras instituciones de la sociedad requieren una profunda reingeniería de sus estructuras y de sus propuestas al poder.
Pero esa crisis es también una crisis de actores políticos. De los políticos, de carne y hueso, que integran esas “desprestigiadas organizaciones partidistas”, tal vez hoy no útiles ni de moda a las más complejas tendencias y posibilidades políticas del año entrante, cuando celebramos en Colombia las elecciones para un nuevo Congreso y quien remplazará al Presidente Juan Manuel Santos.
Colombia, en pleno Postconflicto, entra en la carrera electoral con caras nuevas, no tan nuevas, interesantes, contestatarias y de los partidos políticos tradicionales, cercanos a estas colectividades en su devenir político.
Se leen y oyen renuncias, posiciones encontradas con la necesaria democracia interna, única posibilidad de legitimar a los partidos políticos y de respetar y consolidar los liderazgos necesarios, que van más allá de las elecciones, posibles coaliciones entre diferentes y parecidos, actitudes hegemónicas de caciques aún vivos y formas más modernas de lograr las candidaturas, como es la recolección de firmas para aspirar a la jefatura de Estado.
El panorama electoral para construir Democracia requiere de la representación de todos los sectores sociales y de las tendencias que promueven los intereses de los colectivos más diversos, pero en nuestras sociedades, donde la información, la diversidad regional y las diferencias socioculturales aún definen el voto popular, requieren más que buenas intenciones y un programa político que una institución respalde.
El mejor programa político muere sin el poder de la maquinaría partidista y del conocimiento del terreno electoral, términos odiosos pero necesarios, sobre todo para los políticos ultra partidistas que juegan a las firmas para su modernización. ¿Quién hace tal, cuál, esas cosas?
Ciertamente que todos tenemos el derecho de ser opción política. Pero hay que tener presente que una sociedad que pasa de la pura representación a la participación política, tiene que transitar por la democracia interna, por la superación de los espíritus gamonales, de caudillos y por la utilización de las formas de consenso y legitimación.
Un líder político, veterano de mil comicios, plantea el sofisma de las firmas, un argumento falso o capcioso, con que se pretenden hacer pasar de ultra democrático, o aparte de los vicios partidistas o una opción “nueva” en la etapa más ambiciosa de la historia colombiana.
Colombia necesita líderes, no un líder. El Postconflicto es una oportunidad de ser un país sustentable, incluyente y más democrático, que exige equipos multi e interdisciplinarios, consensos, alianzas estratégicas y no oportunistas electorales.